miércoles, 3 de octubre de 2012

Unas manos que embellecen a los muertos

Porque las historias son para narrar. PÉGUESE CONTANDO (Crónica)

Desde hace más de 20 años, el manizaleño Rigoberto Vega realiza la tanatopraxia, que no es más que todas las técnicas practicadas sobre un cuerpo sin vida para detener, de forma temporal o definitiva, el proceso de descomposición.

“Familiarizarse con este oficio es lo más importante. Tenemos una responsabilidad con los dolientes, porque ellos quieren ver a su ser querido bello y elegante”, afirma este hombre, quien a sus 59 años se ha encargado de preservar, desinfectar y embellecer a cientos de cadáveres con sus manos.

Sin duda, una labor que para muchos puede ser temerosa y hasta desagradable, pero para él, se convierte en la forma de ganarse la vida y de darles a los familiares del fallecido la oportunidad de verlo bien por última vez.

“Esto, siempre y cuando sea muerte natural, porque cuando es violenta, las cosas cambian: en ocasiones llegan desfigurados y no se pueden reconocer” asegura.

Su día a día

Por lo regular Rigoberto entra a la Funeraria a las 7:00 de la mañana, pero no tiene un horario fijo de salida. Ya en su lugar de trabajo se encarga de recibirles a los conductores los cuerpos sin vida. Revisa que esté en buen estado, sin golpes y sin fracturas. Además, mira toda la documentación requerida para poder hacer el procedimiento de embalsamiento.

Posteriormente lleva el ‘finado’, como él llama a los cadáveres, al laboratorio, donde se demora aproximadamente 2 horas arreglándolo, después de sacarle todos los líquidos de su organismo. Este hombre hace esto con mucha delicadeza y amor, pensando siempre en que su trabajo siempre será bien visto.

Después, al cadáver lo baña y lo seca; le prepara la ropa que traen los familiares para luego maquillarlo como se merece, una de las tareas más complejas y que requieren de mayor concentración.

“Trabajar con muertos debe ser bueno, porque ellos no hacen nada. Lo difícil es la familia, ya que siempre esperan que el ser querido lo suban rápido y en buenas condiciones a la sala de velación, que lo peinen bien, o que le ponga la ropa que es” comenta Fabiola, esposa de Rigoberto, quien siempre junto con sus hijos, de 33 y 37 años, lo ha apoyado con su trabajo y espera que lo siga haciendo bien antes de que se jubile.

Finalizando la tarde o en ocasiones la noche sale de la Funeraria directo a su casa para compartir con su esposa, ya sea viendo televisión o conversando de lo que hicieron en el día a día.
Lo difícil 

Aunque se considera un hombre tranquilo y paciente, para él lo más duro de este oficio es arreglar un muerto en alto grado de descomposición o por muerte violenta, no sólo porque se demora más tiempo, sino también porque algunos vienen cortados y desfigurados, lo que implica hacer una reconstrucción para que queden parecidos.

De resto, siente que es una labor sencilla y que la aprendió rápido. “Viendo es que se aprende. Antes trabaja el mármol hasta que a mi patrón le dio por montar La Funeraria La Inmaculada. Allí me enseñaron todo lo hago ahora. Además me han ido capacitando constantemente con la Funeraria San Vicente, en donde Camilo Jaramillo, el ‘profe’ nos dice todas las técnicas habidas y por haber” cuenta.

Recuerda una anécdota de un difunto que tenía un diente de oro. “La familia nos pidió que se lo sacáramos a como diera lugar, pero en el procedimiento, se nos cayó dentro del cuerpo. Pa’ colmo de males, nos acusaban de que no lo habíamos robados. Tuvimos que hacer una necropsia, una incisión en la garganta, para poder saber dónde estaba el diente y posteriormente entregarlo” expresa con una sonrisa en su rostro Rigoberto.

Yulieth Ortiz Ramos, Directora de Servicios de La Funeraria La Aurora, lo ve a él como un excelente trabajador que tiene muy buena experiencia en el manejo de muertos. “En 2 años se jubila. Nos gusta mucho sus servicios. A él le encanta hacer el servicio de cortejo, que consiste en llevar el cuerpo a la iglesia y ponerlo en su destino final”, sostiene su jefe.

Por su parte Roberto Magón Henao, compañero de Rigoberto y también tanatólogo, siente que trabajar con muertos es muy bueno, porque ellos no hacen nada. Para él lo difícil es la familia, ya que siempre esperan que esté arreglado rápido y que lo atiendan bien.

En esta Funeraria trabajan 18 personas que realizan el procedimiento de la tanatopraxia, donde se hace un promedio de 90 servicios al mes, 3 diarios. Rigoberto preserva en 2 y 3 cuerpos semanalmente.

Y así es la vida de este hombre de 59 años, quien no le teme a la muerte, mucho menos a la vida. Una persona dedicada a su trabajo que busca siempre estar en paz consigo mismo y con los demás.

“Le tengo mucho aprecio a los muertos, ya que ellos son los que me dan la papita diaria. A ellos hay que consentirlos y tratarlos con cariño, porque todos merecemos una muerte digna y una cristiana sepultura. Nos volvemos muy minuciosos con el tema de la muerte”, finaliza.

Durante estos 2 años que le quedan de trabajo en la Funeraria espera seguir embelleciendo a los fallecidos con sus manos, que ya las tiene un poco ‘viejitas’, como dice él, pero que no le son ningún impedimento para seguir laborando.


Escrito por:
Jhon Gonzales  

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